Salíamos al recreo y allí al fondo del camino que bajo la pérgola atravesaba el jardín, en dirección al coto y campo de deportes, estaba D. Valentín, el Director. Firme, vigilante, con un libro en la mano. Por un momento hacía un alto en la lectura, nos veía pasar y tras levantar ligeramente las cejas angulosas que enmarcaban unos ojos verdes, a modo de saludo, quedábamos un tanto cohibidos por aquella mirada congelante que tanto imponía.
Era el Director, el jefe de la tribu.
No concebía la formación humanística e intelectual de los alumnos sin disciplina y siempre fue fiel guardián de la misma. Catedrático de griego, sus alumnos hablan de él como un gran profesor que fue en el aula. Sus cursos los comenzaba escribiendo en la pizarra la frase “de Darío y Parasátides nacen dos hijos” de la Anábasis de Jenofonte, para impactar en sus alumnos el alfabeto griego.
Muy estricto con la buena utilización del lenguaje.
Era distante y muy cumplidor de sus obligaciones. Tenía un alto concepto del deber y de sí mismo y siempre fue un gran trabajador.
Nacido en un pueblo de León, era sencillo de costumbres, de espíritu asceta, siempre vivió apartado de todo tipo de lujos y frivolidades. Un hombre que se hizo a sí mismo, estudió el alemán y el francés y a lo largo de su vida tradujo al castellano textos griegos, latinos, alemanes y franceses.
Fue director y cofundador de la editorial Gredos y más tarde fundó la escuela de traductores en la Universidad Complutense de Madrid.
Su vida fueron los libros.
Adiós Director. Adiós Instituto.
Le seguiré viendo al salir al recreo, en la lectura de notas, en el salón de actos. Usted ya está en el Olimpo, en su Agora, junto a Platón y Aristóteles; yo en aquel Instituto preparando las clases de mañana, rodeado de recuerdos y sensaciones.
Manuel Segura Jiménez
Presidente de la AAAIET